El derecho a la estupidez

El derecho a la estupidez

“Je suis Charlie” o el derecho a la estupidez

Guido Mizrahi

         Si esto que escribo es una sátira nadie podrá decirme nada salvo que no se ha reído. No puede censurar mi “libertad de expresión” aunque diga cualquier cosa, pavadas, payasadas, mentiras, blasfemias, injurias y estupideces. Nada. ¿Es una sátira queridos Charlies? Quién sabe. Duden. Así que no me censuren. El juego se me abre para decir lo que quiero aunque no piense, aunque no diga nada en absoluto.

         ¿Qué está pasando? ¿Dónde está el problema? Cuando se llega al punto de sostener un cartel que dice “Je suis Charlie”, periódico semanal de una tirada de 20.000 ejemplares para defender la “libertad de expresión” es porque algo está pasando. Y está pasando que la gran mayoría de los occidentales está defendiendo el último bastión que les queda: el derecho a la estupidez. Eso es lo que se está defendiendo en la calle con el “Je suis Charlie”.

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         El fraude del 11 de septiembre fue la puesta a prueba del grado de estupidez del que era capaz la gran mayoría de los occidentales. Dio tan excelentes resultados que no fue necesario hacer nada durante un tiempo. Un perfecto espectáculo montado para ver hasta qué punto ya nadie distingue la realidad concreta de la pantalla de Hollywood. Un perfecto espectáculo para probar seriamente la potencia de cómo manipular la conciencia a través de los medios de comunicación de masas y qué capacidad había en la población de dejarse engañar. Cuando digo nadie me refiero a la opinión pública, no a los pocos que siguen pensando que aquello fue una buena farsa para comenzar a desplegar el Nuevo Orden Mundial que amputaría progresivamente todas las libertades sometiendo a las poblaciones a una vigilancia y un control sin igual en la historia, y además a promover la idea del “choque de civilizaciones” para paulatinamente invadir todos los países del Medio Oriente y aniquilar el nuevo enemigo: el terrorismo.

Después de la Guerra Fría, había que continuar con la guerra, el mejor de los negocios capitalistas, y entonces se puso a prueba la conciencia, el pensamiento, la lucidez, la inteligencia de la mayoría de los occidentales. Y cayeron en la trampa. Creyeron en el Terrorismo de un día para otro. Sin dudar, sin pensar, sin reaccionar. Apareció el enemigo perfecto que no está en ninguna parte, que se puede fabricar en cualquier momento, que se lo puede matar-casi todos los terroristas mueren en los enfrentamientos- para que no tenga que declarar ante los tribunales, que se lo puede invocar en cualquier ocasión, que se lo puede entrenar en cualquier lugar, que resulta conveniente porque es invisible, y porque cualquiera puede serlo. Ese es el enemigo, el enemigo perfecto, para, poco a poco, destruir la libertad de todos los pueblos de la tierra. Pero no era suficiente crear el enemigo en abstracto. Había que localizarlo en alguna región del mapa para que a la larga esa región sea conquistada y anexada a Occidente. Esa región es el Medio Oriente. Esa región es el Islam. Entonces por transición, la opinión pública terminó asociando el enemigo como terrorista en abstracto y facciones del islam en concreto. Una vez armado el tablero, el enemigo y la región, el enemigo y el islam, era cuestión de tiempo, paciencia, y comenzar las invasiones a esos países. No me voy a detener en ninguna de esas invasiones ni en la cantidad de muertos ni en nada de todo aquello. Pero sí diré que el objetivo final del juego es quedarse con todo el Medio Oriente y muy probablemente se cumpla.

         Pero rebobinemos. Se produce el 11 de septiembre francés el 7 de enero de 2015. Un pequeño atentado en cantidad de muertos pero tocando un punto neurálgico. Ante todo, nuevamente espectacular como una película de acción de Hollywood. Pero pasemos de largo acerca de su espectacularidad y vayamos al blanco del atentado. (No se olvide querido lector Charlie que esto que escribo puede ser una sátira). Entonces matan a cuatro gatos locos. Eso significa que unos terroristas “matan la libertad de expresión” porque esos cuatro gatos locos eran dibujantes que se expresaban libremente sobre cualquier asunto sin importarles nada. Me parece bien. Muy bien. No me voy a referir al contenido de esos dibujos. Sean o no blasfematorios, sean o no inteligentes, hagan reír o no. Nada de eso me importa. Pero sí me importa algo esencial- y es la clave de mi ¿sátira?: se tocó lo último que le queda a ese occidente que está perdiendo todo. Cuando digo todo digo: valores, respeto, familia, educación, honestidad, integridad, verdad, amor, libertad, dignidad, santidad…todo…todo en relación a un sistema capitalista que corroe todo, destruye todo, aniquila todo en pos de que no quede nada que valga la pena defender. El mercado económico ha logrado que cualquier cosa se venda a cualquiera y cualquiera se vuelva un consumidor de cualquier cosa: eso es ser definitivamente estúpido.  Es decir nada vale nada y todo se confunde: que viva la estupidez.

Pero a pesar de todo quedaba algo. Quedaba lo que este sistema fue creando: estúpidos con derecho a la estupidez. Estúpidos a los que se les vende cualquier medicamento, estúpidos a los que se les controla la vida, estúpidos que votan a presidentes que gobiernan para los bancos,  estúpidos que quieren derechos a todo, estúpidos que no respetan nada, estúpidos que saben que los políticos, jueces y congresales son corruptos y ya no importa nada, estúpidos que no creen en Dios ni en nada, estúpidos que viven sin libertad de acción, estúpidos que ya no piensan, estúpidos que se rigen por la publicidad, estúpidos que admiten toda permisividad en nombre del progreso, etcétera, etcétera. ¿Y qué pasó? Tres gatos locos agarraron unos fusiles y dispararon contra la estupidez. Y la gran mayoría salió a las calles para gritar: Somos estúpidos, somos todos Charlie, no nos quiten el último derecho que nos queda después de haber resignado todo, todo, todo, todo…(es una ¿sátira? Entonces podrían aguantar que escriba mil millones de veces todo).

         ¿Por qué el derecho a la estupidez? Porque en el fondo sabemos muy bien que no quedan libertades y no quedan porque sabemos que nos hemos vuelto estúpidos. Hemos perdido la inteligencia, el tacto, la sabiduría, la hermandad de pensamiento, la filosofía, la sensatez…hemos perdido la libertad de pensar. Hemos claudicado la más preciada de las libertades que es la de pensar, que es justamente la que permite la de actuar. Y es la de actuar la que permite las verdaderas transformaciones sociales, políticas y económicas. Pero nos hemos resignado. Nos hemos paralizado. O mejor dicho, nos han resignado, nos han paralizado, nos han encerrado en las trampas del terrorismo, del islam, del capitalismo, de las libertades para tomar lindas vacaciones, en la libertad de matar a los débiles de Medio Oriente para edificarlos en la democracia y la libertad…Nos han convertido en estúpidos a gran escala mundial. Y entonces, entonces, queridos Charlies, ayer salimos a decir: no nos quiten eso porque si nos quitan ese último derecho entonces ya no queda nada. Y todos los hipócritas mandatarios del mundo, o los más importantes, vinieron a decirnos: – de ninguna manera, eso no lo quitaremos!!!.

         Llama terriblemente la atención que por cuatro gatos locos matados en un local de una revista (es una ¿sátira? querido Charlie) por unos terroristas islámicos se junten todos esos mandatarios. Pero es más claro que el agua. Vinieron para acariciarnos la espalda y consolarnos unos minutos. No vinieron para defender la “libertad de expresión”. Cabe recordar que justo hace un año la nación francesa censuró el espectáculo de un humorista francés…pero no viene al caso. Lo cierto es que no vinieron para defender la libertad de expresión sino para garantizar el derecho a la estupidez. Porque eso les conviene para seguir gobernando como lo están haciendo: con una opinión pública absolutamente manipulada y que prefiere ser estúpida a ignorante, es decir ha decidido llevar una vida de mentira, ha decidido dejarse engañar, ha decidido creer en el terrorismo, ha decidido resignarse al capitalismo, ha decidido cerrar los ojos cuando mueren niños de otras naciones, ha decidido engañar a su esposa como a su patria, ha decidido engañar a sus hijos como a sus “compatriotas”, ha decidido todo ello porque ya no cree en nada…porque si creyera, porque si despertara del engaño total al que está sometida, entonces algunos estarían ya pensando seriamente en una revolución. Pero no. Nadie está pensando en una revolución. Todos están gritando: queremos seguir así, queremos que nos garanticen este último derecho que nos queda. No podemos pensar ya, no podemos actuar ya, no podemos amar ya, no podemos vivir en paz ya, no podemos evitar el consumo, no queremos nada ya…pero no nos quiten lo único que nos queda: Ser Charlie, es decir un pequeño diario de sátiras que supuestamente representa la libertad de expresión. No recuerdo que cuando censuraron y enjuiciaron a Flaubert por Madame Bovary (y no fue hace 1000 años sino en el siglo XIX), el pueblo francés se haya levantado diciendo Je suis Madame Bovary. No lo recuero porque no sucedió. Y no sucedió porque no eran estúpidos. Y no sucedió porque eran aún hombres libres en una Europa de grandes luchas sociales y políticas y no estaban sometidos y esclavizados como ahora. En ese entonces vislumbraban futuros revolucionarios para Europa. Ahora sólo vislumbran que no le quiten la peor de las esclavitudes, peor que la ignorancia, peor que la soberbia: la libertad de expresar la estupidez.

Un comentario en «El derecho a la estupidez»

  1. Lo felicito, me ha impactado la lucidez, la valentia y la claridad con la que pone al desnudo la hipocresia y la banalidad generalizada. Es muy destacable, pero los mismos estupidos no querran leerlo, para no perder su derecho.

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