Es una vergüenza lo que siento…

Es una vergüenza lo que siento…

He perdido esa serena caligrafía por este bajo teclado. Ya no salen ni llegan correspondencias. Algunos ya no sabrán escribir a mano. La nostalgia de ciertos objetos de mi niñez crece a medida que soy más antiguo. Pierdo la calma y la paciencia al escuchar el aturdimiento callejero. Antes caminaba pausadamente por calles menos transitadas. Las mujeres se vestían con delicadeza. No hay sombreros ni bastones. O hay menos. Ya no hay damas ni muchachas; ahora hay jóvenes. Los aristócratas faltan. Las confiterías son todas iguales. No hay ninguna seriedad en los empleados. Los patrones adinerados ya no tienen más vergüenza. Los automóviles ahora son embotellamiento. Los artistas renombrados se trasfirieron a cuentas bancarias. Los escritores se disipan en sus publicaciones. Fotos de familia ya no hay. Cortesía mucho menos. Laboriosidad menos aún. El desierto crece. Me detengo en la caligrafía de Van Gogh. Observo el retrato de Baudelaire hecho por Nadar. ¿Qué cosa extraña acontece que nos pasa? Se va disolviendo todo. La infame vida se está imponiendo. Todo me resulta lamentablemente feroz. No creo ser un estúpido con melancolías. Esto me gusta cada vez menos al mismo tiempo que lo observo con cautela esperando algo de la ignominia. Mi capacidad de soportarlo disminuye con los días. Noto la dispersión mental creciente. Veo cómo el mar de los rumores y de opiniones vulgares se mete en la cabeza de la mayoría. Hay menos honestidad consigo mismo. El gusto del paladar se pierde. La elegancia, como los modales, se pulverizó. El mediocre triunfa. Hay más librerías pero son comercios espantosos. El peluquero es un “estilista”. Muestras, exhibiciones de “arte” sobran y distraen. El cine es un festival. Demoras en trámites inútiles me recuerdan a Kafka. El único teléfono del hogar desapareció. Cada vez comprendo menos pero es porque debo estar atrasado o la incipiente vejez me torna anticuado. En el fondo soy yo, no el mundo que me rodea. El declive aumenta como las deudas. No hay necesidades verdaderas. Cualquier cosa se vuelve una marcha de protesta. El clima no existe. Ni el silencio ni la pluma puede hacer nada. Escribir ya no tiene el sentido de antes. Sartre ya no está viajando para ver al Che. El dinero va asaltando más y más terreno, va robándole a la gente. Los estudios se volvieron profesiones del maltrato. El médico es un estafador. Al barrendero lo uniformaron con el escudo de la empresa. Los ricos son cada vez más canallas. El periodismo se ha vuelto literatura. Las redes sociales embellecen el narcisismo y aplastan el tiempo del descanso. ¿No se advierten estas sencilleces desaparecidas? ¿Nadie se rebela seriamente? La belleza se remata en subastas de ignorantes. Cámaras siniestras lo filman todo. La conversación se interrumpe por los celulares. El transeúnte es un sordo escuchando melodías ensordecedoras. Siento que van quedando menos. Si Dios existe le está dejando demasiado espacio al diablo. Si no existe, la existencia se está despojando de sentido. Es una vergüenza lo que siento. Es lo último que me va quedando. ¿Cuándo empezará a movilizarse el ejército de las pocas inteligencias que no sucumben a tanta payasada? ¿O cuándo me internarán por anacrónico en el geriátrico del barrio que antes era un prostíbulo, y que antes fue una pulpería?

La poca lucidez que me queda es que soy yo, no el mundo que me rodea. Esa es también la esperanza que siento…………………………………….¿me defraudará mientras esté jugando al viejo truco con mis geriatrizados?

2 comentarios en «Es una vergüenza lo que siento…»

  1. No estoy segura que lo que sientes, sea una vergüenza, simplemente es la realidad donde el pequeño hombre se mueve, una vida casi sin sentido, digo casi porque dependerá de cada uno girar el rumbo. Creo que es difícil pero no imposible.

Los comentarios están cerrados.

Los comentarios están cerrados.