Método Blasistes

Método Blasistes

En 1982, en los alrededores de la Basílica de Luján, se encontraron 2 cadáveres. El primero era de Ignacio Rodriguez; el segundo de María del Carmen Moreira. Esposos hacía 5 años con 2 hijos. La policía local, gracias al Método Blasistes,  en 2 días dio con el criminal.

En términos generales dicho Método consiste en sospechar primero de los familiares más cercanos (imposible de sus hijos ya que eran mellizos de 2 meses), después de amigos, vecinos, empleadores    (el matrimonio trabajaba en una fábrica de golosinas), y por último, como dice el método “partir del barrio, pasar a la ciudad, de la ciudad a la provincia y al país, y si fuese necesario ir por el mundo entero, pues siempre que hay un delito debe forzosamente haber un delincuente, salvo que ambos coincidan, lo que se llama, no suicidio, sino muerte a sí  mismo. Pero antes de empezar por los familiares es preciso iniciar la investigación por el círculo de seres vivos más cercanos a la víctima del delito, es decir, partir del reino animalia,  pasar a los arthropoda,  de allí a los hexápoda para cerrar el círculo en lo que Linnaeus, o más conocido por Lineo, denominó en 1758 los insecta.”

Desde 1928 que en Argentina se utiliza el Método Blasistes, inventado por el médico forense, después detective y, al final de su vida, escritor, Teodoro Fiodor Blasistes, nacido en América, pueblo cercano a Trenque Lauquen, provincia de Buenos Aires y fallecido en el pequeño pueblo de París, en el Estado de Texas de los Estados Unidos de América.

Fue durante su corta labor como detective privado que puso en práctica un sistema deductivo-inductivo para iniciar la investigación de delitos de “dificilísima causalidad”, como Blasistes los llamaba.

Con varios aciertos, hallazgos y delitos resueltos, Blasistes, contratado por una importante editorial norteamericana se retiró para  redactar su única obra: Tratado lógicus entomos criminalis (escrita en latín y aún no traducida a ningún idioma vivo).

Para su redacción se sirvió no sólo de sus propios casos sino que—pocos comprenden aún sus motivos—del cine policial, de la novela negra, de la pintura renacentista, de la filosofía kantina, de las Confesiones de San Agustín y, lo más raro de todo, de la “ciencia de los insectos” o entomología.

Blasistes partía de un postulado específicamente cuantitativo. En el prefacio señala: “Del millón y medio de especies conocidas, clasificadas y estudiadas por el hombre, los insectos constituyen más de los dos tercios de todos los seres vivos conocidos. Hay además entre 10 y 40 millones de especies no descriptas o por descubrir. Esa cantidad obliga a cualquier criminólogo, en primerísimo plano, a investigar y tomarse el tiempo de comprender por qué son a la vez pequeños en tamaño pero los más numerosos del planeta. No es mera casualidad del azar sino designio providencial que animales de cuerpos tan pequeños sean los más numerosos. A su vez la entomología forense tiene la obligación de estudiarlos, ya que es mediante el proceso ecológico de los artrópodos, que se hallan en un cadáver, el que determina no sólo, como creen los ignorantes, la fecha de la muerte, sino quién ha cometido el crimen. Es especialmente útil en cadáveres con varios días, semanas o meses de antigüedad, como lo explica muy bien Aristóteles en su Tratado sobre los animales”.

Blasistes insistía en esa idea brillante de la “relación lógica entre insecto—cadáver”. Y en el capítulo consagrado a dicha relación está, sin duda, lo esencial del Método, aunque no todos sus lectores o estudiosos lo hayan comprendido como se debe. Al contrario, no han comprendido nada, y esa es la razón por la cual casi el 90% de los crímenes quedan, como diría Schubert de su sinfonía,“inconclusos”.

Blasistes, como he señalado al comienzo de mi ensayo, parte primero “del círculo de seres vivos más cercanos”. Pero ¿por qué? No por una cuestión familiar o de parentesco (el autor rehúye todo análisis sentimental o afectivo) sino por lo que denomina “causa pequeña”. Citando el párrafo explica: “Partir de la causa más pequeña, causa viva, más próxima al cadáver, es decir esos seres vivos que se encuentran en el lugar del crimen y que nadie le presta atención por considerarlos meros insectos que nada tienen que ver con los hechos. Esa distracción inicial, esa falta de tacto, esa absoluta negligencia por lo cercano, es lo que impide comenzar la investigación como se debe. Es cierto que hay que poner el ojo sobre familiares, amigos, conocidos, etcétera…pero ningún investigador, hasta la fecha, ha trabajado bien con la mirada escrupulosa sobre esos seres de apariencia insignificante que están en el cadáver, sobre el cadáver, dentro del cadáver, o van hacia el cadáver. ¿Cómo es posible que nadie haya remarcado que es por ellos que hay que comenzar? Nunca son los mismos insectos. A cada cadáver su conjunto de insecta. A cada parte del cuerpo su grupo. Si la muerte fue ocasionada por la pólvora no se han encontrado los mismo insectos que si la muerte fue causado por un arma blanca, etcétera. A su vez, según la alimentación del occiso, le corresponde un grupo de especies, como según su vestimenta. Lo que nos lleva a determinar que los insectos—a los que no se les puede atribuir sentimientos de clase o preferencias especiales—no van hacia la victima de manera indiscriminada. Eligen, piensan, discriminan. Es de una relevancia considerable para encontrar al culpable. ¿Cómo puede buscarse a alguien lejano sin haber buscado antes a quienes están ahí mismo, en una cercanía absoluta y sin ocultarse? El asesino puede estar entre nosotros, como decía Fritz Lang, pero se aleja o se encubre para no ser atrapado. Sin embargo, la especie o especies de insectos están allí mismo. Y algo tienen para decirnos. Es cuestión de lectura. Mi método parte de 2 y sólo 2 axiomas.”

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En el capítulo final del libro, Blasistes se ocupa de estos 2 axiomas. Y el capítulo se llama justamente “2”. Insiste, en el prólogo, para que sus lectores comiencen memorizando esos 2 axiomas, y luego reinicien la lectura en orden. Ese capítulo, causa final del libro, si era leído al principio, memorizado y luego releído, permitía la exacta comprensión del todo. El capítulo en cuestión es muy breve, incluso pequeño, y hasta podría pasar desapercibido, como pasan desapercibidos los insectos en el cadáver. Pero es la pieza clave de todo, y si se presta la debida atención, casi no es necesario leer todo el Tratado.

Mi responsabilidad, como traductor de la obra al castellano, consiste en difundir a lectores comunes una obra de relevancia capital en esta “época grave”, como pensaba Heidegger en su libro ¿Qué significa pensar?, en que cada día mueren más seres humanos en manos de criminales y no se los encuentra.

Mi objetivo es que personas no especializadas en el tema tomen el toro por las astas y cooperen con la policía forense, con los investigadores, con los detectives, con el mismo cuerpo estatal para aportar, con la lectura del libro, pruebas y evidencias para descubrir a los criminales que se pasean libremente entre nosotros.

De todos modos, aunque se preste más atención al Tratado lógicus entomos criminalis nadie puede asegurarse que desaparezcan los criminales, pero lo cierto es que se los encontraría con exactitud, “provocando en aquellos que todavía no han cometido ningún crimen en su vida que teman cometerlo por miedo a ser encontrados en un 97 %, y no como en la actualidad donde sólo el 2 % es hallado culpable y encarcelado”, como escribe Blasistes.

Cabe mencionar que a nuestro autor no le preocupaban la seguridad, el control de las personas sospechosas, la mejora de las costumbres, la buena educación ni siquiera las razones del crimen. Nada de todo eso, que, para Blasistes, era “puro sentimentalismo, pura moralina”.

“El problema está, insistía, en que no se observa bien el cadáver, y cuando no se observa bien un objeto cualquiera no puede saberse nada de él, ya sea en el presente, en el pasado ni en el futuro. Si los hombres se aplicaran a observarse a sí mismos con mayor atención comprenderían ciertamente la causa de sus actos pasados, presentes y futuros. Para ello hay que observar incluso lo que resulta demasiado insignificante o, mejor dicho, justamente lo que resulta insignificante. Más importante que el crimen, el tipo de crimen, el estado de los cuerpos, la hora del crimen, los testigos eventuales del crimen, la edad de las víctimas, etcétera, hay que partir de 2 axiomas para comenzar toda investigación  que permita casi con exactitud científica  descubrir al criminal. Hay que partir de lo concreto a la vista y no de suposiciones; hay que comenzar por lo que se observa y no por imaginaciones.”

Como anticipo de la traducción completa me pareció conveniente ofrecer al público el capítulo de los “2” Axiomas.

Para aquellos interesados o versados en el tema, para aquellos que se ven defraudados por las investigaciones y la vulnerabilidad de los ciudadanos ante criminales que no se encuentran, recomiendo entonces el estudio y la memorización de este breve capítulo que a continuación brindo a los lectores. El motivo de publicarlo en Gente (revista no especializada en criminología) es para que cualquier ciudadano común tenga acceso al trabajo de Blasistes lo antes posible y a un precio módico.

Tratado lógicus entomos criminalis, capítulo “2”, págs. 98-102. Teodoro Fiodor Blasistes, traducción de W. F. Geotringschen. ISBN 24- 58925-56984.

“2”

Axioma I

Sea cual fuese el objeto, si se quieren conocer  las causas que lo llevan de un estado a otro—verbi gratia, de ser un cuerpo vivo a ser un cuerpo muerto— hay que observar e interrogar a los cuerpos más cercanos del cuerpo transformado.

Demostración

En el caso de una víctima asesinada, se debe saber, ante todo, a qué clase de especie pertenece cada uno de los animalia que están en el cuerpo de la víctima y en el perímetro más cercano de la escena del crimen. Es por sus características intrínsecas y extrínsecas que se puede deducir la razón por la que están allí y no en otra parte. Las razones por las que están allí están directamente relacionadas con el criminal y la víctima.

                        

Ejemplo

Si en la víctima se encuentran lepidópteros (polillas)  no es lo mismo que encontrar dípteros (moscas de muchas especies). La dirección de la investigación no puede ser nunca la misma si se encuentran coleópteros (escarabajos, mariquitas) a si nos encontramos con hemípteros (chinches, pulgones, cigarras) o himenópteros (abejas, avispas, hormigas).

Axioma II

A cada especie de animalia insecta corresponde un tipo de criminal, su manera de obrar y su modo de pensar hasta el mínimo detalle.

Demostración

Por lo expuesto en el Axioma se sigue que del animalia insecta encontrado en un cadáver se puede saber cómo es el criminal, qué pensamientos tiene, cómo cometió el crimen, de qué modo se escapó, en qué zona puede esconderse, qué tipo de alimentación prefiere, qué clima le es más propicio, por qué esa víctima y no otra, etcétera.

Deben analizarse también qué tipo y clase de cabeza tienen los insectos sobre el cadáver, qué ángulo de visión tienen los ojos, qué suerte de antenas posee, cómo son sus piezas bucales, cómo está conformado el tórax, cantidad de patas, forma de las alas,  dimensión del abdomen, determinar el funcionamiento del sistema respiratorio, sistema nervioso, etcétera.

Por último, es esencial saber con absoluta precisión cómo actúa el aparato bucal. Hay de varios tipos y clases.  Tenemos el tipo masticador, el tipo picador, el tipo chupador,  tipo lamedor, el tipo  picador-chupador y el tipo tubo de sifón, entre otros.

Estudiemos el caso de los hemípteros. El aparato bucal de estos insectos está modificado para taladrar la piel y chupar líquidos. Entre ellos, pulgones, chinches, predadores, piojos y pulgas que absorben la sangre. En este tipo de aparato bucal, el labro, las mandíbulas y las maxilas son delgados y largos, y se reúnen para formar una delicada aguja hueca. El labio forma una vaina robusta que mantiene rígida esta aguja. La totalidad del órgano se llama pico. Para alimentarse, el insecto aprieta la totalidad del pico contra el hospedador, inserta de esta forma la aguja en el interior de los tejidos del mismo y chupa sus concentrados a través de la aguja hasta el interior del esófago.

Si el cadáver está recubierto de pulgas y piojos, se sigue, por lo dicho en el axioma, que el criminal, ahora alejado del cadáver, procedió en su ejecución exactamente como proceden los insectos en el momento del hallazgo del cuerpo. Esto se sigue de una correspondencia entre pasado y presente. Nadie, a lo largo de su vida, es susceptible de muchas cosas. Esa víctima, que ahora es víctima de un tipo de insecto que le succiona la sangre, ha sido siempre víctima de otros animales, entre ellos el hombre, y de un mismo modo. Así como se topó en este caso con un criminal que mató con cuchillo y desangró a la víctima, ahora padece lo mismo pero con otra clase de criminales menores, los insectos de la especie hemípteros, es decir los chupadores.

Es el cuerpo de la víctima, son los insectos que recubren su cadáver, quienes nos dan la pista para saber dónde buscarlo, encontrarlo y encarcelarlo. ¿Dónde? En el hábitat de los hemípteros.

Es decir, conociendo al tipo o grupos de insectos se conoce a la víctima y al asesino, no en su identidad concreta sino en sus características abstractas.

Una vez que el investigador se ha hecho una idea adecuada de esas características abstractas, debe proceder a identificar al criminal. ¿Cómo? No hay 2 insectos iguales, no hay 2 piojos iguales, no hay jamás 2 pulgas iguales. Es preciso entonces llevar al microscopio aquel de los insectos cuya población es mayoritaria en el cadáver  y establecer las diferencias concretas entre esos insectos. Si la población mayoritaria es de piojos, se extraen entre 10 y 50, se establecen las diferencias entre cada uno, de modo que se le asigne a cada cual una identidad, se le ponga nombre numerado precedido de la letra P.

Ejemplo: P12, P5, P32, etcétera. Una vez obtenida la identificación, se los coloca en un hábitat propicio sin alimentos alrededor. De este modo, esos insectos comenzarán algunos a morir, otros a desfallecer, otros a comerse entre ellos, otros a intentar en vano escapar. Al final quedarán 2, enfrentados a la terrible necesidad de sobrevivir. Tendremos allí una víctima y un victimario en potencia. Se observa quién mata a quién. Se observa el modo de obrar en profundidad. El insecto que resulta triunfador quedará solo en el hábitat descripto, desesperado y ciertamente nervioso.

Se lo extrae y se lo analiza en un hábitat normal, con otros pobladores de su especie, pero sin perderlo de vista para lo cual se colorea el tórax con un color diferencial. No puede haber margen de error. Las características de ese insecto identificado son ahora las mismas características concretas que coinciden con quién cometió el crimen.  

Se lo observa durante 48hs, ubicándolo en un mapa y colocándolo en el punto mismo dónde se encontró el cadáver. Si el cadáver se encontró en la intersección de la calle Pastore y Chivilcoy, por ejemplo, se lo coloca allí mismo. El mapa debe ser un planisferio proporcional al tamaño de la bestia. Se observarán los desplazamientos, las maneras de caminar, las formas de alimentarse, los ángulos de la mirada, etcétera, etcétera.

De allí en más, el investigador debe ir en la dirección exacta del insecto en cuestión, y por las observaciones mencionadas se encontrará con el criminal en cuestión de 2 días como máximo.

Conclusión

Hay aproximadamente 1 millón de especies conocidas y aproximadamente 33 millones desconocidas o no descubiertas aún. Por lo tanto estamos aún lejos de dar con cada criminal, no por su astucia para desaparecer, esconderse o escapar a tiempo, sino porque aún no conocemos a todos los animalia que habitan la tierra. El día que lleguemos a conocerlos a todos o casi todos, los crímenes se descubrirán a 2 días de haberse cometidos.

El asunto se complica a su vez por la mutación constante de las especies que hace que siendo 33 millones las desconocidas, con el tiempo, serán más y más. Es decir pareciera que el asunto es irresoluble. Pero a largo plazo no lo es.

 

 

 

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