Deshonestidad feroz

Deshonestidad feroz

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Entre los peligros que acechan por todos los rincones en esta asquerosa actualidad materialista hay uno singular al que todos sucumben más temprano que tarde. ¿Acaso es posible sustraerse a esta ignominia? No. A mí también me toca. Se ha creado la zona como la peste de la deshonestidad. Y no cualquier deshonestidad. No es asunto de moral. Jamás he sido uno de esos moralistas edificadores. Poco me importa lo que escribo. Si me importara me sumaría a esa fila de infames que ponderan la publicación más que el pensamiento, la propaganda de sus libros que la sustancia de ellos. Una deshonestidad específica quiero mostrar: que nos hemos vuelto deshonestos con la vergüenzaYa no la sentimos. Soportamos cualquier cosa porque no tenemos vergüenza de lo que sucede alrededor. Como quien se esfuerza por no vomitar cuando el estómago no puede digerir. Ya no vomitamos. Hemos perdido el olfato…esa náusea necesaria para detectar quién es quién. Fabricamos la estupidez con un empeño increíble. ¿Cómo serían posible tantas cosas sin esa dosis de estupidez ya impregnada en la sangre? Inmovilizados. Resignados al mundo. Perros domesticados. Bastardos de la tierra. Inmundos consumidos. El esclavo griego y romano, el siervo feudal, la criatura medievalel sujeto del monarca tenían más dignidad que los ciudadanos de esta ominosa democracia actual que se arrodillan a impuestos arbitrarios, que se distraen ya no con suplicios reales sino con muertes televisadas, que se encierran en sus habitaciones desesperados de angustias medicadas, que lamen a los gobernantes el sobre con que cierran su voto de sumisión…¿Hasta cuándo?
Como decía Macedonio Fernandez: «hemos desarrollado una rara capacidad de mentir.» Y esa es la cuestón: hemos desarrollado una voracidad de deshonestidad. Perdido todo contacto con las cosas, ya no gobernamos. Nos tratan como perros porque nos tratamos como perros. Vean esas gentes por las calles…vean el grado de denigración al que hemos llegado a fuerza de progresar…maldito progreso que ha estropeado contagiando todo. Peor que la ceguera es creer que vemos cuando ya no vemos nada. Porque estamos aplastados por información, propaganda, anuncios, derechos, trabajos, profesiones, especialidades, obligaciones menesterosas, cuidados innecesarios y embarcados en la superstición de las reformas: mejorar esto o aquello, la educación, los hospitales, la crianza, la dieta, etcétera. Nos hemos convertido en reformadores. Y no vemos ya que no se trata de reformar nada. Cualquier intento de hacerlo es reforzar aún más este sistema materialista devorador de vidas, productor de indignos, fabricantes de mercados. ¿Qué ha sucedido en tan pocas décadas? En los 10 estuvieron los anarquistas, en los 20 los pensadores de Alemania, en los 30 las vanguardias, en los 40 las guerras, en los 50 la contracultura norteamericana, en los 60  los obreros de Francia, en los 70 los fusiles sudamericanos…y ¿qué fue sucediendo después? ¿Acaso la realidad de los hechos fue desvaneciéndose? ¿Acaso ya no pasa nada desde los 80? ¿Acaso se ha producido un gradual estancamiento en las cabezas? ¿Qué joven de hoy no siente en el alma que no pasa nada? Y ciertamente no pasa nada. Nos han metido en la cabeza que debemos endeudarnos, pagar, consumir, formarse, cultivarse, educarse, mejorarse, entrenarse, viajar, comunicar, entretenerse…nos han terminado de domesticar porque nos hemos vuelto deshonestos. ¿Acaso no comienza todo ésto con el final de la segunda guerra mundial cuando se diseña el mundo en el cual vivimos hoy? Y ese diseño ha sido estudiado a la perfección. ¿No vemos ese diseño? ¿No vemos cuán anestesiados vivimos? ¿No vemos que no estudiamos, que no pensamos, que no nos preparamos sino para ser contribuyentes y complices callados, eso que se ha convertido en el imberbe movimiento de indignados? Lamentable palabra indignados. ¿Qué estamos esperando? ¿A Godot? Ciertamente esa espera infame es lo que he querido llamar con deshonestidad. No tenemos vergüenza de nuestra deshonestidad. 

3 comentarios en «Deshonestidad feroz»

  1. Muy buen artículo…en determinado momento alguien pone en palabras esa terrible frustración que se siente, porque nada es como se soñó. Se trabajó en pos de ideales que nos hicieran competentes, mejores personas y los resultados un mundo desquiciado, deshonesto, deshumanizado….

  2. Acoto ésto. El pensamiento no es una mercadería, no debería venderse, comprarse y haber entrado en el mercado de los bienes como un objeto más. Los dueños de empresas periodísticas que lucran con los avisos y las publicidades no deberían ser dueños de los pensamientos, las ideas, las visiones críticas de los periodistas que trabajan para llenar las columnas de sus periódicos o las pantallas y los audios de sus señales televisiva o de sus ondas de radio. El capitalismo debería despegar, separar, una cosa de la otra. Es decir un señor o un grupo de señores sentados a la mesa de un directorio pueden conservar y engrandecer sus derechos sobre las acciones y ganar más o menos dinero, pero lo que no deberían poder es inmiscuirse sin su firma al pie en el informe y desmedido océano de la opinión pública. Hay que dejar que esta opinión pública se formateé sola, por sí misma, en pluralidad, sin imponerle el estigma de unidimensionalidad y unidireccionalidad que caracteriza a los monopolios mediáticos.
    Si esto sucediera, y sería bueno que así ocurriese, la sociedad recuperaría su sentido de solidaridad, su vergüenza, su dignidad, honestidad y decoro, porque la multiplicidad de opiniones y pareceres configuraría mayorías naturales, surgidas del enfrentamiento de los seres humanos con sus problemáticas generadas en la convivencia.- Mientras los intereses crematísticos de unos pocos sigan predominando, como usted muy bien lo señala, los siervos de la gleba, los libertos de la antigua república romana y los habitantes de las ciudades medioevales, tendrán más libertad, igualdad, sentido crítico, vergüenza y dignidad que los habitantes de las democracias actuales por la sencilla razón de que nadie podrá lavarles los cerebros.

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