Extrema dificultad del pensamiento

Extrema dificultad del pensamiento

Si el pensamiento pierde su especificidad es porque ingresa en ámbitos que no son los suyos, y entonces empieza a juzgar, hacer y dialogar con la política, opinar sobre cualquier cosa, ya sea la publicidad, la moda, la tecnología, los derechos, denunciar “inmoralidades”, etcétera. El caso es que el pensamiento no es que no deba vérselas con estos asuntos pero no debe hacerlo del mismo modo. Y esto reside la extrema dificultad del pensamiento. Que al mismo tiempo que se ocupa de ello no debe hacerlo sino de un modo en que siempre se mantenga uno pensando y, para decirlo en una sola palabra, nunca arrengando a favor o en contra, condenar esto o aquello…sino mantenerse en su especificidad que es pensar. Pensar la política no es lo mismo que hacerla. La filosofía no dialoga ni discute con el poder, ni lo condena, ni lo juzga, ni tiene nada que proponerle al poder. Si lo hace pierde su especificidad. La filosofía se esfuerza por pensar. Se limita a pensar. Ese es su pudor, su reserva, su recato, su mínima especificidad. Es muy fácil perderla. Siempre lo ha sido. Resulta muy fácil que el pensamiento se coloque en el lugar que no le corresponda y deje de serlo para ser lo que no es: una opinión, una vulgaridad, una pobreza de pensamiento. Es proporcional la cuestión. Cuanto más el pensamiento se exhibe, o se desparrama, se disemina a la ligera, pierde su poder. No dialoga con los poderes. Debe constituirse como un poder que no tiene las características ni las intenciones ni las manipulaciones de esos poderes. En todo caso la crítica, la sutileza de la crítica, no pasa por enfrentar, proponer, resolver, atacar, sino todo lo contrario: retirarse de la escena sabiendo que debe mantenerse siempre en lo insoluble de las cuestiones, en una suerte de retirada que va por el lado menos pensado para contornear esos caso. Nunca la tarea del pensamiento es hablar sobre tal o cual cuestión. Eso es muy fácil. Hablar es un ejercicio muy distinto al de pensar a pesar de usar las palabras. Es una línea muy delgada la que separa el hablar del pensar justamente por servirse el pensamiento del habla, es decir de un instrumento conocido de comunicación. Pero qué sucede cuando justamente el trabajo del pensamiento trata de no comunicar nada. De proceder por incomunicación. De nunca servir en bandeja una comunicación descifrable sino no servir en absoluto. De ser un trabajo de reserva o recato donde a simple vista se ven palabras pero esas palabras no están para comunicar nada. Ese trabajo puede parecer una contradicción en los términos. ¿Entonces qué?  Si no comunica, ¿qué hace? Se mantiene en sí mismo. Es útil para sí. No es utilitario para nada más que sí. Y al ser de ese modo inevitablemente se mantiene en su delicado ámbito sin caer en los facilismos a que se ve tentado de hablar para comunicar. Ese es el pudor del pensamiento.

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