Maldición de la mujer

Maldición de la mujer

Se me antoja ver a las viejas que se hacen acompañar por jovencitas, arrastrando un pie después de otro, lentas, imprecisas, cabizbajas, que salen a cumplir con las prescripciones médicas, a ver el mundo una vez más. Pensar que fueron mujeres hermosas que se paseaban solas por las calles, ávidas de comprarse un vestido o perfumes en alguna tienda de prestigio, porque dinero tenían y siguen teniendo, pero ahora lo gastan en remedios y análisis de sangre y orina y no sé cuántos tratamientos semanales. Antes de ser esas mujeres fueron jovencitas con pechos duros y rebosantes de amor y sexo, cabelleras hermosas, ebrias de besar, de recibir flores y cartas y piropos. Y hace no mucho fueron niñas de piel rosada, curiosas amamantando, de movimientos rápidos, caprichos, globos de colores y caramelos, vestiditas impecables jugando en la plaza, contando los años con los dedos, envueltas de muñecas, despreocupadas del tiempo, del porvenir, del marido y de los hijos que le tocarían.  Entre un sorbo y otro se le pasó la vida. Viejas y estropeadas avanzan mientras un carpintero que desconocen les prepara esa otra cuna que no se mece.
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