Aberraciones

Aberraciones

Hasta la más imperceptible brisa que roza el rostro de una mujer recién maquillada,  repercute en cada uno de los remotos rincones donde se acumula polvo.

 

Rozar la locura sin internarse en ella.

 

Cada vida comprueba su deterioro progresivo hasta que llega puntual la hora de llevarse las llaves y dejar el auto en el estacionamiento.

 

Diariamente visito mis puntos frágiles que me reciben con una inclemencia y piedad a la vez.

 

¿Cuántas veces un pequeño desliz no causa la muerte?

¿Cuántas veces la sumatoria de un vaso más, de un cigarrillo más, de una dosis más, no va llevando sigilosamente a la hora de la despedida?

 

Estamos provisoriamente de pie hasta que llega el estropicio.

 

Si no lo hacemos, la vida se encarga de hacerlo por nosotros.

 

Ya que el mundo desvaría, conviene adoptar sobre el mundo un punto de vista desquiciado.

 

La paz es apenas el “lapso de enfriamiento”, similar del que se valen los asesinos seriales entre víctima y víctima. En el caso de estos últimos, es un período aproximado de treinta días.

 

Los hospitales son circos. Los medicamentos, las funciones de los laboratorios. Los médicos, payasos. Y los enfermos, amaestrados animales del espectáculo.

 

La ciudad está poblada de esclavos, soldados, subordinados, adinerados y dictadores. En los subterráneos viven las ratas como yo.

 

Dios exige, directamente o a través de sus delegados, sabiduría, renuncia, fe, virtud, matrimonio, familia, compasión, castidad, fidelidad, trabajo, piedad, clemencia, humanidad, beneficencia, servicio, ayuda, indulgencia, paciencia, ceremonias, lecturas, solemnidades,  misericordia, benevolencia, perdón, verdad, limosna, misa, confesión, ofrendas, iglesias, cementerios, crucifijos o estrellas o todo tipo de artefactos piadosos, mientras que el diablo te deja absolutamente libre. Lo único que le toca es que te las arregles como puedas, y si se mete, es para que nadie te salve.

 

La longevidad es el resultado de una absurda sumatoria de años. Hay poquísimos casos en que esa suma es digna de vitalidad. Las fábricas de geriátricos son el porvenir de los trabajadores.

 

Los filósofos  manipulan indiscriminadamente a Dios para meterlo dentro de sus sistemas como los niños meten en una caja el muñeco que, al abrirla, salta hacia afuera cuando el resorte se estira. El efecto es el mismo: sorprender a los demás con un artilugio que algún día deja de funcionar porque se rompe el sistema del resorte.

 

Formación de gobierno: un taxista el tesorero de la Nación, un kioskero el Ministro del Interior, la vice-presidenta una masajista, el ministro de Economía el almacenero , el veterinario ministro de Salud.

 

Dios es mi empleado. Lo despedí varias veces pero vuelvo a tomarlo. Me apenan sus hijos. Insiste en que dejará el alcohol y llegará a tiempo al trabajo. Es administrativo y sirve el café a los clientes. Necesita ganarse la vida porque como dice, siempre que hablamos del tema, “el cielo lo aburre infinitamente y más ahora que el diablo quedó discapacitado mental ”.

 

Un hombre se encuentra con otro en la inmensidad del desierto. Hace mucho calor. Sudan de más. Pasan cuatro días juntos. Conversan. Casi nunca discrepan. Reconocen haber viajado por los mismos lugares, hasta que uno de los dos, no se sabe cuál de ellos, se da cuenta que el otro es una alucinación. Decepcionado, se marcha. En el camino se avergüenza de sí mismo. Llega al pueblo y no ve a nadie. Está cansado y hambriento. Busca alguien que le dé de beber. Sigue sin ver a nadie. Duda que esté delante de un pueblo. Duda que no sea él y que haya sido el otro el que se llevó puesta la carne. No sabe qué hacer. Sin embargo, siente sed, hambre. Grita. De pronto le ofrecen agua y frutas. Pretende comer. El vaso con agua que ve nunca le llega a los labios.

 

Se me antoja ver a las viejas que se hacen acompañar por jovencitas, arrastrando un pie después de otro, lentas, imprecisas, cabizbajas, que salen a cumplir con las prescripciones médicas, a ver el mundo una vez más.

Pensar que fueron mujeres hermosas que se paseaban solas por las calles, ávidas de comprarse un vestido o perfumes en alguna tienda de prestigio, porque dinero tenían y siguen teniendo, pero ahora lo gastan en remedios y análisis de sangre y orina y no sé cuántos tratamientos semanales. Antes de ser esas mujeres fueron jovencitas con pechos duros y rebosantes de amor y sexo, cabelleras hermosas, ebrias de besar, de recibir flores y cartas y piropos.

Y hace no mucho fueron niñas de piel rosada, de movimientos rápidos, caprichos, globos de colores y caramelos, curiosas amamantando, vestiditas impecables jugando en la plaza, contando los años con los dedos, envueltas de muñecas, despreocupadas del tiempo, del porvenir, del marido y de los hijos que le tocarían.  Entre un sorbo y otro se le pasó la vida. Viejas y estropeadas avanzan mientras un carpintero que desconocen les prepara esa otra cuna que no se mece.

 

No puedo negar que estuve internado en psiquiátricos unas cuantas veces ya. Asuntos complejos de mi materia neuronal. Una clasificación internacional de enfermedades mentales me cataloga con un código alfanumérico. Hay algunos que nunca salen de ahí. Conocí uno que jugaba muy bien al ajedrez. Además dominaba el canto. Nunca supe cómo lo clasificaban. Me viene una pena inmensa de saberlo encerrado a estas horas de la noche, durmiendo para que mañana una enfermera lo despierte con medicamentos en la palma y un vasito de agua y después desayune sobre una bandeja de plástico lo mismo de siempre.

Mi querido Claudio, seguí desfilando por el parque como de costumbre, seguramente pensando alguna jugada magistral sobre el tablero o tarareando un tango. Sos uno de los tantos que soportan la pedantería inmunda de los psiquiatras. No claudiques Claudio. De eso se trata la vida adentro o afuera.

 

 

Los comentarios están cerrados.