EL ABURRIMIENTO DE LOS MONSTRUOS

EL ABURRIMIENTO DE LOS MONSTRUOS

«Estamos un poco asustados», advirtió el creador del ChatGPT

 

Para acceder a la verdad es necesario ver donde los materiales más viciados se pudren de verdad. Es forzoso descender unos cuantos peldaños para encontrarse con los bajos fondos que ilustran mejor lo que sucede; allí justamente donde los ojos discretos de cualquier moralista se abstienen de descender es donde hay que buscar.

No es en los barrios frondosos donde menos se pudren los hombres. En esos barrios, que son el preludio de cementerios pulcros, es donde las costumbres actuales se propone blanquear pensamientos y vestirse para pasar inadvertidos, donde reina la higiene inmaculada, donde las apariencias se visten de gala y las mujeres encierran en sus corazones amarguras inconfesables, allí precisamente afloran las materias más putrefactas, cuidadosamente compactas. No es entre la mugre evidente donde hay que buscar. Es entre aquellos que exhiben sus más altas ficciones y cuyos únicos laureles son sus fortunas. 

Se asocia el crimen con la pobreza, cuando en verdad el más alto de los crímenes respira tranquilo e impune en los barrios más floreados. El más alto de los crímenes es la injusticia que imparten estos exhibicionistas. El mal más ruin está donde los ojos no quieren verlo. Estos puristas saben poner siempre objeciones a sus despiadadas obras y estudian minuciosamente cada una de las palabras que pronuncian para mantenerse intactos. Su mente retorcida es un vaivén de eufemismos. Todo argumento, mientras los mantenga elevados, sirve a su propósito. En general son atractivos e impecables ladrones que disfrazan su vida de honrados.

Sin que las mentes débiles los apañen no serían nada. Están hechos de los mendrugos y de las miserias de los hombres comunes, visten gracias a sus trajes roídos, caminan rectamente gracias a las cojeras de los torcidos, y como parásitos de estos, creen vivir una vida que les es propia cuando en verdad dependen de aquellos que avasallan. Suelen parecerse más a los verdugos que a los jueces. Sutilmente disuaden a los demás a robar y a matar, los educan para que realicen los actos más viles de los cuales ellos se sienten ajenos. Se sienten los afortunados de la sociedad fabricando infortunios en cada rincón bajo y menesteroso. Hoy se sienten los benefactores, mañana los filántropos, pasado mañana los bienaventurados. Tienen tantas formas y nombres para sus ocasiones, toda clase de festivales para festejarse a sí mismos, reuniones y congresos para darse a sí mismos la razón y sentir que el mundo gira alrededor de sus bolsillos. Como no poseen títulos de nobleza compran y venden toda clase de profesiones donde la palabra doctor precede el nombre de sus rapacidades.

Estamos en el punto en que los más refinados sanguinarios son aquellos ilustrados que provienen de las universidades más refinadas del mundo, que se regodean entre catedráticos presumidos, que gozan del mal a cara descubierta con las frases más rimbombantes.

¡Oh civilizados que traicionan la civilización! El hombre malo se escondía de la civilización o se lo encerraba. Hoy es un hombre ilustrado entre nosotros que se pasea sin togas ni ropajes, sin escrúpulos ni remordimientos, que acomete con embustes todas sus empresas fraudulentas a la vista de todos, porque el hombre común se acostumbró a sus sanguinarias vilezas.

Antes el mal era algo horrendo que circulaba en los bajos fondos; hoy se ha vuelto la moneda corriente que circula como el comercio frente a nuestras narices que ya no huelen lo podrido.

Es el nefasto aburrimiento de estos ilustres el que procura el oprobio de los hombres comunes, porque nunca estuvieron tan aburridos nuestros consagrados que dilapidan sus fortunas para aplastar sin compasión ni misericordia. A raíz de su aburrimiento buscan divertirse con el goce más perverso. Como fallaron todos los cálculos y las clasificaciones, ha llegado la hora esplendorosa de las diversiones más disparatadas. Una de esas diversiones ya consiste en vivir anticipadamente, es decir morir antes que vivir, sentirse en ese futuro de muerte antes que pisar la vida en su realidad presente. Como ya no tienen nada más que hacer, se han atrincherado en el futuro. Están más ocupados en anticiparnos cómo seremos a lo que somos. Esa patraña que es el hombre del futuro no sólo ha aplastado al hombre del pasado sino vuelto incapaz al hombre del presente. Hasta el progreso ha quedado atrás; el único horizonte es ese futuro ficticio que deslumbra por las novedades que vendrán. Ya no es el matrimonio del cielo y del infierno sino el del Aburrimiento y sus Ficciones.   

 

 

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