Podríamos aventurar que el arte es la fuerza por excelencia…pero habría que preguntarse: ¿De qué se nutre esa fuerza?¿Quién, quiénes le suministran la materia para su ejecución? Respondo: los infractores, los malvados, los oprimidos, los más depravados delincuentes, los crueles, los asesinos…Sin esa legión de instintos oscuros, impenetrables para sí mismos, despreocupados del castigo y de la pena, soportando el sufrimiento…sin ellos qué sería del poeta. Nada tendría para cantar y danzar el arte sin esa terrible fuerza que se desencadena contra la sociedad moderna. Entonces, delincuentes y artistas, trabajan en una inestimable c…omplicidad. Unos le suministran la carne que los otros cocinan. ¿Cuánto le deben a la sangre derramada esas tintas negras del escritor? ¿Cuánto le deben a la maestría de los crímenes esas imagenes proyectadas en las salas de cine? ¿Quién es en el fondo el guionista de todas las historias sino esa vida malvada? Tal vez su sacrificio es una ofrenda al artista, al pensador, y vale la pena sólo cuando el arte y el pensamiento cometen un crimen con otros medios. Cuando el arte se vuelve «cultura»-y hoy más rapidamente que nunca-es porque no ha sabido honrar a sus inspiradores.