CONVERSACIÓN CON CERVANTES

CONVERSACIÓN CON CERVANTES

«LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL»

 

CONVERSACIÓN CON CERVANTES

Sobre el ChatGPT

 

Léase el Capítulo LXII 62 de la Segunda Parte del Quijote de Cervantes y se verá que no miento, salvo alguna que otra palabrita…

 

 Capítulo LXII 62

 

Que trata de la aventura de la cabeza encantada, con otras niñerías que no pueden dejar de contarse

 

 

PORTER: Tenía entendido que el ChatGPT…

CERVANTES: Mal entendido, demasiado ensortijado y menos leído. Más costura de hechizo que pespunte de bruto.

P: ¿Qué?

C: Niñerías.

P: ¿Niñerías?

C: Niñerías…Más le valga aplicar este préstamo de disminución a hombres de ciencia y nunca a niños. Las niñerías son de los grandecitos apocados o enanos de inteligencia que siguen jugando a alturas que no debieran. Pero como son o parecen diplomados y sapientísimos, sólo a vista de miopes ignorantes, se los toma en serio, a ellos, a sus invenciones, y más a sus invenciones que a ellos, aunque ellos a sí mismos se toman más en serio, y todavía más que a sí mismos a sus metálicos.

P: ¿Entonces?

C: Estas niñerías que no pueden dejar de contarse porque de no contarse se quedan mudas, y los que hablan tienen todas las de ganarse el provecho, sobre todo el provecho que le sacan a los mudos aprovechando de la mudez más que de la ciencia; y como estos mudos van enmudeciendo con los días, aunque algunos mentecatos y maestros de escuela nos cuenten que de sus bocas salen a borbotones monos y sílabas, que otros acortan y llaman monosílabas. Sin duda a medida que acortan las palabras y hablan con gestos y dibujos, se van achicando los sesos y estrechando su inteligencia. Apenas saben poner nombres a las cosas que las llaman cosa o coso a casi cada cosa y a todo. Mientras que los diplomados han estrechado la cosa o el coso al 1 y al 0, combinándolos a la perfección de la más elevada altura a la que el entendimiento puede llegar, multiplicando dividendos, sumando y restando todo lo habido en el mundo, para que las realidades reales se arrinconen de su oficio de ser y unas tremendas maravillas hagan la mugrienta maniobra del no ser, o lo que los hombres llaman basura. Pero como se han decidido a desechar lo que es y conservar lo que no, los tachos ya no huelen mal y las casas muy mal. Tan mal que el oficio que perfuma se ha vuelto esencial, primero para perfumar las realidades que no son; segundo, para que las palabras. que sin decir nada digan la nada, no apesten. Lo que no debiera, hoy se pudre; lo que sí debiera, hoy se preserva. Vaya y vea. Mejor vaya y lea. Mucho mejor conservarse en el bien que ulcerarse en el mal. Ya pasó por Gogol y Frank Baum. Sea huésped y no parásito del puchero que voy a servirle; tenga estómago para excrementos, seso para pensamientos y su cabeza no quedará encantada sino contenta de saber hasta dónde estos invencionistas son más bien inversionistas de sus naderías.  

P: ¿Qué puchero?

C: El que serví en casa de Don Antonio Moreno.

P: ¿Qué Moreno?

C: El que está puesto en la segundera parte que trata de la aventura de la CABEZA ENCANTADA, con otras niñerías que no pueden dejar de contarse.

P: Oigo, escucho, atiendo, concibo, considero y advierto.

C: Más bien no se deje embromar que lo demás son sonidos que suenan y voces que hablan… flatus vocis.

P: Ha dicho sin tapujos que aquella cabeza encantada quedaría grabada en memoria eterna de los siglos venideros.

C: Usted lo saber mejor que yo y lo está oyendo hoy mismo de unos bien presumidos que andan cacareando sus invenciones a las que ponen nombres y llaman novedades.

P: Es tan cierto que se dan más aires que el viento.

C: Flatus vocis, mi querido Porter. Son puercos que descienden de un tal Guillermo de Ockham, puerquísimo éste con más flatulencias que Sancho gobernador después de sus cenas de porotos y bellotas. Se la pasan cacareando como decía nuestro Anselmo «Illi utique dialectici, qui non nisi flatum vocis putant universalis esse substantias»[1]

P: ¿Gobernador ha sido Sancho?

C: Diez días de una ínsula llamada la Barataria.

P: ¿Qué fue lo sucedido después de aquel puchero?

C: Levantados los manteles, y tomando Don Antonio por la mano a Don Quijote, se entró con él en un apartado aposento, en el cual no había otra cosa de adorno que una mesa, al parecer de jaspe, que sobre un pie de lo mesmo se sostenía, sobre la cual estaba puesta, al modo de las cabezas de los emperadores romanos, de los pechos arriba, una que semejaba ser de bronce. Paseóse Don Antonio con Don Quijote por todo el aposento, rodeando muchas veces la mesa.

P: Me cuesta creerlo, pero aquello parece uno de estos aposentos modernísimos donde aparecen novedades muy novedosas…

C: Novedades que imaginarse pueden. Quiero poner a vuestra merced en admiración con lo que viere y oyere, y darme a mí algún alivio de la pena que me causa no tener con quien comunicar mis secretos, que no son para fiarse de todos.

P: Me intriga usted demasiado.

C: Para que no anden cacareando tanto de sus novedades que la mía fue admirable, costosa, bien trabajada y encantadora, sepa que tomándole la mano Don Antonio, se la paseó por la cabeza de bronce y por toda la mesa, y por el pie de jaspe sobre que se sostenía.

P: ¿Qué puede tener esa cabeza de encantada si no es ser más que de bronce?

C: Esta cabeza ha sido hecha y fabricada por uno de los mayores encantadores y hechiceros que ha tenido el mundo, que creo era polaco de nación y discípulo del famoso Escotillo, de quien tantas maravillas se cuentan; el cual por precio de mil escudos labró esta cabeza.

P: ¿Un busto de ornamento para decoración de ricos de acomodo?

C: No. Una cabeza que tiene propiedad y virtud de responder a cuantas cosas al oído le preguntaren.

P: Una cabeza de consulta…

C: De cuestionarios, instrucciones, sugerencias y citas.

P: ¿De coloquio?

C: Coloquio de tontos.

P: Pero… ¿cómo respondería?

C: Esa admirable cabeza guardó rumbos, pintó caracteres, observó astros, miró puntos

P: ¿No exagera usted? ¿Viene a decirme que almacena?

C: De todo recolecta, recoge, junta y aglomera, apiña, asesora, acumula y amontona, acopia, colecciona y recopila.

P: ¿Memoriza?

C:  Palpito dell’universo, dell’universo intero, Misterioso, Misterioso altero…

P: ¿Habla verdad?

C: Podrá vuestra merced prevenirse de lo que querrá preguntar, que por experiencia sé que dice verdad en cuanto responde.

P: Pero… ¿estos presumidos de nuestras primicias frescas creen haber descubierto tan gran secreto?

C: ¡Impostores, Porter, impostores…! Que crean…y déjelos jactarse unos años más. Tienen propiedad de volver locos y mentecatos a cuantos tratan y comunican. Pero yo y usted no somos necios.

P: Mas ellos creen honrar la virtud dondequiera que se hallaren.

C: Honrando la estupidez, y me da muy gran lástima que el buen ingenio que dicen que tienen en todo no sea otra cosa que ingenio de estúpidos para más perfeccionar estúpidos.

P: Volvamos a esa admirable cabeza que guardó rumbos, pintó caracteres, observó astros, miró puntos, todo lo que nosotros llamamos datos.

C: Reanudemos…Le pareció bien a Don Antonio hacer la experiencia de la cabeza encantada, y con Don Quijote, Sancho y otros dos amigos, con las dos señoras que habían molido a Don Quijote en el baile, que aquella propia noche se habían quedado con la mujer de Don Antonio, se encerró en la estancia donde estaba la cabeza. Contóles la propiedad que tenía, encargóles el secreto y díjoles que aquél era el primero día donde se había de probar la virtud de la tal cabeza encantada; y si no eran los dos amigos de Don Antonio, ninguna otra persona sabía la incógnita del encanto, y aun si Don Antonio no se le hubiera descubierto primero a sus amigos, también ellos cayeran en la admiración en que los demás cayeron, sin ser posible otra cosa: con tal traza y tal orden estaba fabricada. El primero que se llegó al oído de la cabeza fue el mismo Don Antonio, y díjole en voz sumisa, pero no tanto que de todos no fuese entendida…

P: ¡Dios mío y Padre Nuestro! Tenía entendido que el ChatGPT…

C: Mal entendido, demasiado ensortijado y menos leído. Más costura de hechizo que pespunte de bruto. Tome nota del Cha Cha Cha, o como quiera llamar a esta clase de comunicación veloz como el relámpago que se ejecuta entre unas cabecitas que están enlazadas. Verá después cómo está enlazada, que los secretos no se dicen de golpe. Verá a preguntones y preguntantas que piden respuestas, respuestas de amor, de infidelidad, del mañana o del pasado mañana…A todo responde automáticamente y al soplo. No miento ni una sola palabra. Verá que a la pregunta le sigue la respuesta; pregunta uno, y tras uno el siguiente; a éste otro y otras, y podrían preguntar tantos como quisieran en el mundo y cada cual tendrá su respuesta y contestación. Es de incrédulo creer que le miento. Lo escrito, escrito está. Aguce el oído y oiga este decálogo del Cha Cha Cha:

 

I.

 

-Dime, cabeza, por la virtud que en ti se encierra: ¿qué pensamientos tengo yo agora?

Y la cabeza le respondió, sin mover los labios, con voz clara y distinta, de modo que fue de todos entendida, esta razón:

-Yo no juzgo de pensamientos.

Oyendo lo cual, todos quedaron atónitos, y más viendo que en todo el aposento ni al derredor de la mesa no había persona humana que responder pudiese.

 

 

II.

 

-¿Cuántos estamos aquí? -tornó a preguntar Don Antonio.

Y fuele respondido por el propio tenor, paso:

-Estáis tú y tu mujer, con dos amigos tuyos, y dos amigas della, y un caballero famoso llamado Don Quijote de la Mancha, y un su escudero que Sancho Panza tiene por nombre.

Aquí sí que fue el admirarse de nuevo, aquí sí que fue el erizarse los cabellos a todos de puro espanto.

 

III.

 

Y, apartándose Don Antonio de la cabeza, dijo:

-Esto me basta para darme a entender que no fui engañado del que te me vendió, ¡Cabeza sabia, cabeza habladora, cabeza respondona y admirable cabeza! Llegue otro y pregúntele lo que quisiere.

 

 

 

 

IV.

 

Y, como las mujeres de ordinario son presurosas y amigas de saber, la primera que se llegó fue una de las dos amigas de la mujer de Don Antonio, y lo que le preguntó fue:

 

-Dime, cabeza, ¿qué haré yo para ser muy hermosa?

Y fuele respondido:

-Sé muy honesta.

-No te pregunto más -dijo la preguntanta.

 

 

 

V.

 

Llegó luego la compañera, y dijo:

-Querría saber, cabeza, si mi marido me quiere bien, o no.

Y respondiéronle:

-Mira las obras que te hace, y echarlo has de ver.

Apartóse la casada diciendo:

-Esta respuesta no tenía necesidad de pregunta, porque, en efecto, las obras que se hacen declaran la voluntad que tiene el que las hace.

 

 

VI.

 

Luego llegó uno de los dos amigos de Don Antonio, y preguntóle:

-¿Quién soy yo?

Y fuele respondido:

-Tú lo sabes.

-No te pregunto eso -respondió el caballero-, sino que me digas si me conoces tú.

-Sí conozco -le respondieron-, que eres Don Pedro Noriz.

-No quiero saber más, pues esto basta para entender, ¡oh cabeza!, que lo sabes todo.

 

 

 

VII.

 

Y, apartándose, llegó el otro amigo y preguntóle:

-Dime, cabeza, ¿qué deseos tiene mi hijo el mayorazgo?

-Ya yo he dicho -le respondieron- que yo no juzgo de deseos, pero, con todo eso, te sé decir que los que tu hijo tiene son de enterrarte.

-Eso es -dijo el caballero-: lo que veo por los ojos, con el dedo lo señalo.

 

 

VIII.

 

Y no preguntó más. Llegóse la mujer de Don Antonio, y dijo:

-Yo no sé, cabeza, qué preguntarte; sólo querría saber de ti si gozaré muchos años de buen marido.

Y respondiéronle:

-Sí gozarás, porque su salud y su templanza en el vivir prometen muchos años de vida, la cual muchos suelen acortar por su destemplanza.

 

 

 

IX.

 

Llegóse luego Don Quijote, y dijo:

-Dime tú, el que respondes: ¿fue verdad o fue sueño lo que yo cuento que me pasó en la cueva de Montesinos? ¿Serán ciertos los azotes de Sancho mi escudero? ¿Tendrá efeto el desencanto de Dulcinea?

-A lo de la cueva -respondieron- hay mucho que decir: de todo tiene; los azotes de Sancho irán de espacio, el desencanto de Dulcinea llegará a debida ejecución.

-No quiero saber más -dijo Don Quijote-; que como yo vea a Dulcinea desencantada, haré cuenta que vienen de golpe todas las venturas que acertare a desear.

 

 

 

X.

 

El último preguntante fue Sancho, y lo que preguntó fue:

-¿Por ventura, cabeza, tendré otro gobierno? ¿Saldré de la estrecheza de escudero? ¿Volveré a ver a mi mujer y a mis hijos?

A lo que le respondieron:

-Gobernarás en tu casa; y si vuelves a ella, verás a tu mujer y a tus hijos; y, dejando de servir, dejarás de ser escudero.

-¡Bueno, par Dios! -dijo Sancho Panza-. Esto yo me lo dijera: no dijera más el profeta Perogrullo.

 

 

-Bestia -dijo Don Quijote-, ¿qué quieres que te respondan? ¿No basta que las respuestas que esta cabeza ha dado correspondan a lo que se le pregunta?

-Sí basta -respondió Sancho-, pero quisiera yo que se declarara más y me dijera más.

 

P: ¡Lo sabe todo!

C: Todo de todo, y de todo más que todo, y si cabe duda: ¡TODÍSIMO! A lo que le pregunta confiesa, y si a la contestación vuelve con otro cuestionario, vuelve sobre sí y declara mejor porque va empollando de sí misma.

P: ¿Y para qué?

C: Para entretener y suspender a los ignorantes.

P: Dígame el secreto de cómo está inventada. Esta cabeza es de admirar por sus respuestas, pero el saber cómo está fabricada será de admirar aún más. Y si encima me revela que es para entretener y suspender a los ignorantes, es preciso que lo sepa del todo porque es lo que más se busca hoy: entretener ignorantes.

C: ¿Acaso mi Cha Cha Cha no deja atrapados a los impostores que han plagiado esta invención sin atreverse a confesarlo?

P: No creo que sea plagio.

C: Entonces es estafa. Vea cómo funciona y en nada se diferencia de las vuestras.

P: Diga cómo entonces, sin agregar ni una palabra que no sea de su puño y letra.

C: Ni una más. La fábrica era de esta suerte: la tabla de la mesa era de palo, pintada y barnizada como jaspe, y el pie sobre que se sostenía era de lo mesmo, con cuatro garras de águila que dél salían, para mayor firmeza del peso. La cabeza, que parecía medalla y figura de emperador romano, y de color de bronce, estaba toda hueca, y ni más ni menos la tabla de la mesa, en que se encajaba tan justamente, que ninguna señal de juntura se parecía. El pie de la tabla era ansimesmo hueco, que respondía a la garganta y pechos de la cabeza, y todo esto venía a responder a otro aposento que debajo de la estancia de la cabeza estaba. Por todo este hueco de pie, mesa, garganta y pechos de la medalla y figura referida se encaminaba un cañón de hoja de lata, muy justo, que de nadie podía ser visto. En el aposento de abajo correspondiente al de arriba se ponía el que había de responder, pegada la boca con el mesmo cañón, de modo que, a modo de cerbatana, iba la voz de arriba abajo y de abajo arriba, en palabras articuladas y claras; y de esta manera no era posible conocer el embuste. Un sobrino de Don Antonio, estudiante agudo y discreto, fue el respondiente; el cual, estando avisado de su señor tío de los que habían de entrar con él en aquel día en el aposento de la cabeza, le fue fácil responder con presteza y puntualidad a la primera pregunta; a las demás respondió por conjeturas, y, como discreto, discretamente.

P: Tiene usted la de adelantarse a los tiempos. También un cañón que no es visto está pegado con el mesmo cañón, de modo que, a modo de cerbatana, lo que entra sale y lo que sale entra. ¿Y cuánto duró el embuste entre la gente? Porque entre nosotros estas bagatelas recién empiezan…

C: Diez o doce días duró esta maravillosa máquina; pero que, divulgándose por la ciudad que Don Antonio tenía en su casa una cabeza encantada, que a cuantos le preguntaban respondía, temiendo no llegase a los oídos de las despiertas centinelas de nuestra Fe, habiendo declarado el caso a los señores inquisidores, le mandaron que lo deshiciese y no pasase más adelante, porque el vulgo ignorante no se escandalizase; pero en la opinión de Don Quijote y de Sancho Panza, la cabeza quedó por encantada y por respondona, más a satisfacción de Don Quijote que de Sancho.

 

[1] «Esos dialécticos, por supuesto, que piensan que nada más que el aliento de la voz es la sustancia universal» Anselmus, De Incarnatione Verbi, p. 285. Opera Omnia, vol. 1. Ed. F.S. Schmitt, 1938.

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