El precio de escribir

El precio de escribir

Estas raras y excesivas anticipaciones del sol matinal que pago muy caro a la mañana; ese destierro que me impone el insomnio del viento frío de la mañana; esa diferencia abismal con los que salen a trabajar porque lo necesitan para robarle lo imprescindible a sus patrones; el precio de escribir altamente tarde para salvarme del fraude de no ser; el precio de una necesidad tremenda; cuatro de la madrugada, desvelado como un bruto al acecho de una presa rapaz, no ya de muchachas, no de señoras …no…no más, de nada que no sea contabilizar quieto frente a mi artefacto oraciones gastadas al compás de un ritmo protector.

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Este destino emperradamente adverso de mis últimos diez, quince años que me fue malgastando al costado de la carretera, trastornado por falsas enfermedades de la mente, cabeza cargada de fármacos, de inmundos psiquiatras, de clínicas privadas, todo ese mundillo de la psique contemporánea que se congrega en iglesias del vacío y la nada, esos médicos de la mierda que te trituran a golpes, mentirosos profesionales del dinero fácil; embusteros de la salud.

Pero nunca es tarde para salir caminando por el margen de la ruta y encontrarse de una vez con Ella para que me salve de estas traiciones largas como melenas despeinadas.

Sucias perras sensatas –así te nombro, médico de la hipocresía— escondidas perras pornográficas acomodadas en los consultorios de la adulteración del alma humana. Trastornos mentales los llaman. Oh buen Dios del desierto! Oh musas encantadoras y pacificas que me salvan de la perdición más nefasta. Oh mujer redentora que te desprecio y te amo… ¿cómo puedo ser tan enloquecedor con Ella que me ama?

Vago más lento que los reptiles lentos; circulo por los más oscuros rincones equivocados de una ciudad devastada por negocios excitados sexualmente de mercancías y consumidos. Marx querido, por suerte no te has ido de mí, que proteges mi pensamiento y me señalas la vergüenza de las injusticias y los crímenes comerciales de los confundidos, crímenes más cruentos que los de revólver.

 Enemigo de esas las luces feroces de la noche. Compasivo de las penas sufridas por esas putas ingratas que por metálicos baratos ganan y pierden su vida, pobres madres al fin… pero más odio a los que les pagan por un placer burdo que dura poco, placer de cerdos adinerados, prostituyentes… mientras sus esposas duermen cansadas de esperar y medicadas.

         Alejado de esos espíritus robustos de siglo pasados, envuelto en la mierda industrial y consumista, trato de persistir como puedo ¿Adónde han ido a parar los que piensan en la tinieblas de estas desesperaciones? ¿Dónde estás Kierkegaard?

         Siento el arrebato; no me desprecio. Debería escribir contra los escritores mugrientos de una sintaxis prolija o pretensiosa que se congregan en ferias de París, o esos otros pobres resentidos, salidos de la miseria para conquistar el mundo de los cultos. Peores que éstos son los primeros que repruebo por intuición, no por estudio. Es bueno que sienta ese furor homérico, mi nafta indestructible, lo que me salva de estar administrando el saber. Ya Rimbaud ha dicho, cortando la sangre roñosa, todo lo que el sórdido psicoanálisis ha intentado especular en el fatuo diván de los avaros: je est un autre nos enseñó mucho antes, y me aferro tercamente a esa poca cosa del poeta fresco, perla de la sabiduría precoz de un bastardo iluminado.

         Cuanto más veo alrededor más crece la náusea por estos interminables tiempos pobres corroídos por las máquinas y por las ventas. El sueño llega…sí…sí…no…no…no llega. Los libros brutales del Céline antisemita y prudente a mi lado, menospreciado Céline por esta sociedad de tramposos, que no se animan a enseñarlo porque no se deja tocar, esos libros irracionales me sacan de quicio para seguir, con él, blasfemando contra los pusilánimes.

 Más musculoso que cualquier fuego, más tremendo y honesto que los fatuos rotativos actuales, publicaciones de libritos piojosos, ventajosos, con aires de amos prepotentes en las solapas y códigos de barra cargados de colores mercantiles: así estoy esta noche larga, imprecisa y vagabunda. Cuando la bestia sale del cuerpo y se cura, que tiemblen entonces porque se desencadena la furia que domino. Si no he podido convertirme en nada razonable pues seré entonces fulminante para remediar lo que no hay: lo sagrado que han blasfemado los materialistas ateos de mi época callada, cobarde, demasiado angustiada de nada para gritar y arañar las paredes…yo quiero ser hereje de estas mentiras y que me quemen vivo. Si lo lograra, si lo lograra…y pienso en vos Blaise Pascal que no tuviste espanto ante esos corazones que abandonaban la fe en pos de la ciencia que ahora nos mata lentamente. Tantas cosas se exageran, tantas mentiras se amontonan entre los que ya no creen y hacen de la calle y de las pantallas ciegas un santuario de la amargura privada.

        

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