El populógico

El populógico

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              «-¿Ustedes se preguntarán qué explicaciones dieron a los pobladores para que suban a los barcos? Ninguna, señores, ninguna explicación. Las explicaciones en Togo se dan a nivel individual, de padre a hijo, de hijo a hermano, de abuela a nieto, de amigo a vecino. A nivel colectivo se dan los hechos consumados. El gobierno de Togo dispuso de los barcos en las costas como último recurso humano de seguridad antes de perecer en la mar. Miembros del ejército fueron recorriendo el país. Cada uno de los treinta grupos étnicos, de maneras disímiles, fueron abandonado sus poblados presuponiendo que si el ejército avanzaba de esa manera rápida y homogenea, se trataba de conjurar una catástrofe ya sea bélica, epidemiológica, tribal o animal. Y todos corrieron casi descalzos, y desprovistos de provisiones, cientos de kilométros hasta alcanzar los barcos. Una lógica inexplicable para pueblos como el nuestro acostumbrado a recibir explicaciones y a ser consultado sobre los sucesos futuros. Como dije, corrieron. A pie, señores, a pie, y sin nada en las manos salvo sus hijos, sus pobre hijos desnutridos. Después de los barcos, como les he anticipado, los esperan miles de micros del ejército nacional, y por último el predio de exposición donde pasarán el resto de sus vidas y quién sabe si varias generaciones más, siempre y cuando se cumpla el contrato.

Para que ustedes entiendan hasta dónde se ha extendido nuestra preocupación por este pueblo hermano paso a dar algunos detalles que forman parte de la infraestructura del predio de exposición. Ustedes sabrán apreciar nuestro esfuerzo.

En materia de meteorología, las autoridades instalaron un minucioso sistema de calderas y de radiadores para reproducir, a lo largo del año, las temperaturas del clima tropical de Togo. No pocos visitantes se verán en la obligación de acortar la visita a causa del calor excesivo.

Como este pueblo vive bajo el calor constante era menester mantenerlos a temperatura natural para que la fisiología no sufriera cambios innecesarios. Era casi una medida de precaución culinaria que se puede leer en cualquier receta: “no suba ni baje la temperatura del horno, manténgala uniforme durante la cocción para obtener un plato sabroso.” Para la tecnología de nuestro país no fue ninguna compliciación mantener el clima. Favorecidos en la última década por un aumento natural del calor, los ingenieros calentaron los stands con suma eficiencia, y manteniendo termómetros vigilados para constatar la homogeneidad del clima en pasillos, salones, entradas, salidas, baños y confiterías.

Por otro lado fueron contratadas varias empresas de producción cinematográfica para el lanzamiento de grandes caudales de agua en forma de lluvia dado que en Togo hay temporadas lluviosas importantes.

Nadie ignora que en plena intemperie, los días y las noches de los pobladores de Togo transcurren bajo mugidos y sonidos de furias, bajo aullidos y bramidos ululantes y lejanos de animales salvajes. Después de algunos experimentos, las autoridades consideraron que el permanente murmullo humano reverberando en los techos abovedados de los grande salones podía reemplazarlos. Representaba un gran peligro para los visitantes introducir la fauna autóctona para que circulara libremente por el predio de exposiciones. Se optó por su reproducción escultórica, y para los casos concretos de alimentación se dispusieron unas carnicerías móviles que permiten que el hombre togolés salga de su choza persiguiendo no ya una bestia que pone en peligro la vida de los curiosos visitantes, sino un carro móvil cuyo freezer conserva las mismas carnes de jabalí, leopardo y elefante que su estómago conoce.

Para no desconcertarlos de sus suelos, se excavaron tres sótanos que fueron pertinentemente rellenados de fosfato, su principal fuente de riqueza. Es nuestro interés que sigan proveyendo al mundo dicho mineral tal como lo han hecho hasta el momento, y que en los manuales escolares de geografía se siga considerando a Togo uno de los principales exportadores del mundo.

Al sur del predio se construyó una laguna artificial de 500 km con playas bajas y arenosas. A su vez se levantaron algunas montañas cuya identificación es esencial para la práctica de algunos rituales animistas. Para los empresarios inversores no era cuestión de perder el encanto religioso. También se construyeron zonas pantanosas y riachuelos para que las mujeres laven sus ropas y bañen a los chiquilines.

Como todos ustedes deben presuponer, cada una de estas regiones están perfectamente identificadas en el catálogo de la exposición con su plano de localización y número de stand. Para el comfort de los visitantes, en cada uno de estos lugares se levantaron tribunas para observar desde una óptima pérspectiva el comportamiento de estos seres.

 Para evitar dificultades en la visión, y como la incidencia y la intensidad de los rayos solares en nuestro país no es la misma que en Togo, se dispusieron de grandes veladores móviles en los techos. Cabe aclarar que en ningún momento se consultó a los pobladores sobre esta decisión hospitalaria togo-argentina, y se presume que culparán a los dioses de semejantes cambios en su ambiente natural, confundiendo los veladores con señales nuevas y desconocidas. Los antropólogos extranjeros consultados aseguran que no violentarán los grandes veladores de los techos. Y además, los empresarios han contratado seguros respectivos en caso de ocasionarse grandes pérdidas por daños a las instalaciones.

En cuanto a la soberanía de Togo, está salvaguardada en el artículo 12 del contrato de compraventa. La República Argentina no podrá inmiscuirse en los asuntos de Estado, ni en las leyes locales ni en los asuntos privados, para los cuales habrá tribunales tal como los había en Togo. Para el atractivo de los visitantes y a pesar de contravenir a las costumbres argentinas, no podrá haber censuras de ninguna índole. Está expresamente estipulado en el contrato. Policia habrá en los alrededores del predio por si entre los visitantes surgen imitadores ocasionales de comportamientos censurables quienes serán reprimidos con todo el rigor de la ley argentina. No sea cuestión que nuestro país se contamine de costumbres ajenas que perviertan la moral. Si esto sucediera con un número creciente de casos, correrá peligro el contrato y la exposición podrá cerrarse definitivamente. Desde ya que esta situación no beneficia a nadie y todos creemos que los argentinos estarán deseosos de ir una vez en su vida al predio de exposición del pueblo de Togo.

Los progamas sanitarios en Togo, tal como lo declaró el Señor Embajador, son escasos y las condiciones de salud deficientes. Al respecto se ha debatido mucho entre gobiernos y empresarios inversores. Se llegó a la siguiente conclusión: No innovar. Cualquier mejoría puede poner en riesgo el atractivo de la exposición. Por estudios realizados a consultoras, los eventuales visitantes preferirán ver el sensualismo de hombres y mujeres apenas cubiertos, la desesperación de gente gimiendo de dolor, la fascinación de muertes ocasionales, el desmembramiento del cuerpo, escenas de antropofagia y canibalismo, la rudeza y los gritos de tormento, el salvajismo de seres de arcos y flechas, la violencia entre étnias, cruentos homicidios en medio de los pasillos de la exposición, irrefrenables violaciones entre seres desproporcionados, rabiosos sacrificios humanos, y apreciar desde tribunas todo el maravilloso desenfreno de las catástrofes humanas en general. Se estipula que cualquier intervención del visitante (surgimiento de sentimientos compasivos, humanitarios etcétera…) para evitar alguna de estas situaciones descriptas lo hará pasible de una multa estimada en u$s 1200. De esta forma se evita que la naturalidad de los hechos se vean distorsionados por una mano extraña y compasiva. La sangre de los stands de exposición y de los pasillos no podrá ser limpiada por nadie salvo por los mismos togoleses. Caen bajo la misma disposición los excrementos sólidos y líquidos, la orina, las escupidas, los efluvios espermáticos, las rotas visceras, la mugre, los piojos, las ratas y los vómitos. Según dicho estudio “una cantidad indefinible pero numerosa de individuos preferirán el espectáculo en vivo a la televisión. Todo nos indica finalmente que como argetinos estamos aportando novedad al mundo además de hacer excelentes negocios.”

                        La comunicación del Ministro terminó con la presentación del cartel de entrada, sostenido por cuatro individuos corpulentos. Era una forma de sugerirnos la inminencia de la Exposición. En letras blancas sobre fondo negro se leía:

 A los visitantes de la Exposición

 

Las puertas abrirán al público el 24 de marzo de 1976. Se comunica que la exposición será permanente. El precio de la entrada es de $11. No hay descuentos para menores de edad, estudiantes o jubilados. Se prohibe fotografíar, filmar o reproducir sonidos. Se ruega respetar los límites rojos trazados en el piso y no ingresar a los stands. Se ruega permanecer en las tribunas. En caso de descompostura o malestar recurrir a la oficina de informes. Se aconseja a aquellas personas con afecciones cardíacas y respiratorias y a las que padecen el calor no extiendan su visita más de dos horas. Lo que Ud. verá es el pueblo de Togo tal como es. Respételo. Está terminantemente prohibido alimentar a los niños. Las autoridades se reservan el derecho de admisión y permanencia.



                 Al día siguiente me presenté al Gerente General del Populógico quien verificó mis credenciales y me nombró Director General y Administrativo del  Primer Populógico de la Humanidad. Estuve en el desembarco de esos hombres, mujeres y niños aquella noche de marzo en el puerto de Bahia Blanca. Todo parecía una operación militar organizada hasta el último detalle. Los ví subir a los micros como ganado. El tufo de esos seres abarrotados. Las caras de penuria y de hambre. Los vómitos aún impregnados en sus harapos después de treinta días en el océano. La niebla de aquella noche yo no la olvidaré. Después, el viaje por las rutas, en silencio, hasta Moreno. Desde los monitores de mi despacho los ví bajar. Entraban en silencio al predio sin saber qué sucedía ni dónde estaban. Se encendían las primeras luces de los stands y las calderas arrancaban. Veinticinco hombres me secundaban en las observaciones de los doscientos monitores. Era importante analizar las primeras reacciones, los primeros segundos. Se amontonaban y miraban alrededor, desamparados. Estaban solos. Muchos iban hacia el norte. Otros se desperdigaban en el desierto y en las cercanías de la laguna. Al cabo de algunos días se diseminaron en todo el predio. Como si ocuparan Togo. Se fueron atenuando las sorpresas y se resignaron a lo que había. Estaban las principales contrucciones del gobierno central en perfectas réplicas. Cuando esos hombres empezaron a procurarse el alimento, cuando ya no desconfiaron y se sentieron a gusto con lo que los rodeaba, se abrieron las puertas del Populógico a los visitantes argentinos.

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