Es una vergüenza lo que siento
He perdido esa serena caligrafía por este innoble teclado. Ya no salen ni llegan correspondencias. Algunos ya no sabrán escribir a mano. La nostalgia de ciertos objetos de mi niñez crece a medida que soy más viejo. Pierdo la calma y la paciencia al escuchar el aturdimiento callejero. Antes caminaba pausadamente por calles menos transitadas. Las mujeres se vestían con delicadeza. No hay sombreros ni bastones. O hay menos. Ya no hay damas ni muchachas; ahora hay jóvenes. Los caballeros faltan. Las confiterías son todas iguales. No hay ninguna dignidad en los empleados. Los patrones adinerados ya no tienen más vergüenza. Los automóviles ahora son embotellamiento. Los artistas se vendieron. Los escritores se perdieron en sus publicaciones. Fotos de familia ya no hay. Cortesía menos. Laboriosidad menos aún. El desierto crece. Me detengo en la caligrafía de Van Gogh. Observo el retrato de Baudelaire hecho por Nadal. Se va disolviendo todo. La infame vida se está imponiendo. Todo me resulta lamentablemente atroz. No soy un estúpido con añoranzas. Esto me gusta cada vez menos. Mi capacidad de soportarlo disminuye con los días. Noto la dispersión mental creciente. Veo cómo el mar de los rumores se mete en la cabeza de la mayoría. El gusto se pierde. La elegancia, como los modales, se pulverizó. El mediocre triunfa. Hay más librerías pero son comercios espantosos. El peluquero es un “estilista”. Muestras, exhibiciones de “arte” sobran y distraen. El cine es un festival. Las demoras persisten sólo en trámites inútiles. El único teléfono del hogar desapareció. Cada vez comprendo menos. El declive aumenta como las deudas. No hay necesidades verdaderas. Cualquier cosa se vuelve una marcha de protesta. El clima no existe. Ni el silencio ni la pluma puede hacer nada. Escribir ya no tiene sentido. El dinero va ganando más y más terreno. Los estudios se volvieron profesiones del maltrato. El médico es un estafador. Al barrendero lo uniformaron con el escudo de la empresa. Los ricos son cada vez más canallas. El periodismo se traga a la gran mayoría. Las redes sociales embrutecen como nunca. No se advierten estas sencilleces desaparecidas. Nadie se rebela seriamente. La belleza se remata en subastas de ignorantes. Cámaras siniestras lo filman todo. La conversación se interrumpe por los celulares. El transeúnte es un imbécil escuchando música. Siento que van quedando menos. Si Dios existe le está dejando demasiado espacio al diablo. Si no existe, la existencia se está despojando de sentido. Es una vergüenza lo que siento. Es lo último que me va quedando. ¿Cuándo empezará a movilizarse el ejercito de las pocas inteligencias que no sucumben a tanta estupidez?